Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1882-1883 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 23 de diciembre de 1882
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 16, 366-372
Tema: Sistema político del actual Gobierno

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, ni el estado de la Cámara ni el mío me permiten pronunciar un discurso. Por consiguiente, voy a reducirme a hacer algunas ligeras indicaciones en contestación al que acaba de pronunciar el Sr. Cánovas del Castillo, y a decir amistosamente, sin forma retórica, algunas verdades que yo creo debo decir, y espero que no tomarán a mala parte aquellos a quienes vayan dirigidas. Declaro que con ellas no pienso molestar a nadie, porque yo no niego la honradez ni el patriotismo de nadie, pero también sé que con mucha honradez y con mucho patriotismo se han hundido a veces la libertad, las instituciones y los pueblos.

Voy, pues, en vez de seguir por su orden a los oradores que han tomado parte en este debate, a agrupar las diversas actitudes que aquí se han dibujado, a examinar bajo puntos de vista generales los argumentos que contra el Gobierno se han aducido, y a fijar de una manera clara, terminante y decisiva la situación del Gobierno enfrente de todas las fuerzas políticas que, dentro y fuera de la órbita de la legalidad, se mueven en este país.

He de prescindir, sin embargo, de alguno de los discursos aquí pronunciados, porque ni por su forma ni por su fondo me parecen en consonancia con los respetos que se deben a los altos Poderes del Estado y con la cortesía que en este augusto recinto todos mutuamente nos debemos. Cuando se trata a las mayorías de muchedumbres que sólo se mueven por las credenciales que como benéfica lluvia sobre ellas se derrama; cuando se considera al Gobierno de la Nación como una sociedad que sólo tiene por objeto la explotación del poder en provecho de su familia; cuando se tiene la osadía de decir que en este país se alcanza el poder por el camino de las amenazas, no cabe discusión posible, a no ser que convirtamos este sitio en palenque de absurda política y de inconveniencias parlamentarias; ni queda otro recurso que entregar semejantes excesos al tribunal de la opinión pública, en la seguridad de que en justo castigo han de ser condenados por lo menos al olvido y al desdén.

Debo rectificar un error antes de continuar, que ya ha sido en parte rectificado por el Sr. Ministro de Gracia y Justicia, pero que me conviene a mí rectificar de nuevo. Error que ha pasado como verdad corriente durante este debate, suponiendo que la Constitución de 1869 era todavía bandera del partido constitucional antes de celebrarse la fusión.

Este partido, en reunión celebrada por los Senadores y Diputados que constituían su Junta directiva, acordó con aplauso, por unanimidad, la aceptación de la Constitución de 1876 como legalidad común a todos los partidos de la Monarquía española.

Desde aquel momento dejó de sostener, por consiguiente, como bandera la Constitución de 1869, como sucesivamente antes habían ido desapareciendo como bandera del partido liberal las Constituciones de 1856, de 1837 y de 1812, y únicamente quedó como programa del partido liberal la de 1876, interpretada en el sentido más liberal, por medio de leyes orgánicas que llevaran a la gobernación del Estado todos los principios proclamados por el partido constitucional en la oposición; y este era el programa, este el compromiso, esta la bandera, ni más ni menos, del partido liberal cuando fue llamado a los consejos de la Corona. Cualquiera otra bandera que se levante sin acuerdo del partido, será buena, será mala, no la discuto, pero no es bandera del partido constitucional.

Y no basta decir que fue bandera del partido constitucional la Constitución de 1869; del partido liberal fue bandera la Constitución de 1856, la de 1837, la de 1812; pero ni la del 12, ni la del 37, ni la del 56, ni la del 69, eran banderas del partido liberal desde que éste aceptó como Código fundamental la Constitución de 1876.

Bandera del partido liberal fue la unidad católica allá en su día, y no tendría derecho seguramente el Sr. Pidal para levantarse desde aquel banco a llamar a todos los liberales a su lado y denunciarlos como inconsecuentes porque abandonábamos esa bandera que un día enarbolaron los partidos liberales. Conste, pues, para de aquí en adelante, que el Gobierno y sus amigos están donde estaban, con sus compromisos, con su bandera, y que los que a otra parte quieran irse podrán irse, y se irán como se ha dicho aquí, sin perder el honor; pero lo que no harán será decir que se van sin olvidar sus compromisos y sin perder su bandera.

¡Gracias a Dios que he visto un día y una vez al Sr. Cánovas del Castillo sometido a la opinión de su partido, y no a su partido sometido a sus opiniones! ¡Gracias a Dios que he visto una vez al Sr. Cánovas del Castillo variar de actitud y de conducta por la actitud y la conducta que ha tenido su partido contraria a la opinión y a la conducta que S. S. ha tenido! Su señoría dirá ahora lo que quiera. (El Sr. Cánovas del Castillo: Siempre.) Ya sé que S. S. dice siempre lo que quiere; pero como yo lo digo también, resulta que, diga S. S. lo que quiera, tengo el derecho, así como S. S. lo tiene de decir lo que quiera, de poner los puntos sobre las íes de lo que diga S. S.

Su señoría ha excitado a su partido y a la prensa de su partido a defender la Constitución de 1869, a mirar con buenos ojos la Constitución de 1869. (El señor Cánovas del Castillo: Si alguien lo hubiera hecho, habría sido contra mí.) Pues entonces, no sé por qué lo han dicho; ese error lo han padecido todos, incluso la izquierda dinástica. (Denegación en la izquierda dinástica.) ¿No lo ha dicho la izquierda dinástica en el documento más importante, más oficial, más solemne de cuantos ha dado a luz? ¿No lo ha dicho en su programa [366] leído en el Senado por el Sr. Duque de la Torre y publicado en todos los periódicos de España? (Denegación en los bancos de la izquierda; afirmaciones en los de la mayoría.)

Vamos por partes, y yo iré demostrando que lo mismo el Sr. Cánovas del Castillo que la izquierda dinástica van cediendo de sus primitivas opiniones.

Decía el Sr. Duque de la Torre en su programa leído en el Senado: "Para levantar esta bandera, para fijar este programa, para hacer este movimiento, he contado con el patriótico concurso del partido conservador. " ¿No decía eso? (Unos Sres. Diputados afirman y otros niegan. Algunos dicen: Que se lea.)

"He contado con este patriótico concurso para hacer este movimiento y establecer una legalidad; " y el movimiento que hacia el Sr. Duque de la Torre para llegar a una legalidad común, era levantar la bandera de 1869. (Grandes rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: ruego a los Sres. Diputados que escuchen como se ha escuchado a todo el mundo.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): De las opiniones expuestas en aquel alto Cuerpo se habla aquí: lo que no se hace aquí es discutir ni hablar de aquel alto Cuerpo, pero aquellas opiniones están en la Gaceta y en todas partes. (Varios Sres. Diputados: Que se lea.)

Y añadía: si no contara con ese patriótico concurso, no me hubiera atrevido a realizar este acto, porque se necesita para realizarlo el concurso de todos los partidos. (Siguen las interrupciones. -El Sr. Ministro de la Guerra: Nosotros no hemos interrumpido. -El Sr. Cánovas del Castillo: El Sr. Martos lo explicará.)

¡Si no tiene explicación porque está muy claro!

Resulta, pues, que el movimiento se hizo con la promesa y concurso patriótico, según el Sr. Duque de la Torre, del partido conservador; y el partido conservador sabrá quién hizo esa promesa. (El Sr. Cánovas del Castillo: Nadie.) Entonces, siento mucho la situación en que queda la izquierda dinástica y el Sr. Duque de la Torre. (Fuertes rumores.)

El Sr. PRESIDENTE: Ruego a los Sres. Diputados que ni para aprobar ni para reprobar interrumpan.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¿Pero podéis negar el concurso que le habéis prestado de todas las maneras en vuestros periódicos, no sólo por el advenimiento a la Monarquía de la democracia, sino por ser un partido que levantaba la Constitución de 1869 como legalidad común? (Denegaciones en los bancos de los conservadores.) ¿Lo podéis negar? (Varios Sres. Diputados: Sí.) Tanto peor para vuestros periódicos, que están desmentidos por vosotros, y tanto peor para la autoridad del jefe del partido.

Resulta que ahora dice el Sr. Cánovas del Castillo: " ¡Pues no faltaba más! ¿No habíamos de aplaudir al advenimiento de la democracia, de los que estaban fuera de la legalidad, a la Monarquía? " Pues eso es lo que nosotros hemos hecho; eso es lo que ha hecho el Gobierno de S. M., y eso es lo que ha hecho la mayoría. Pero ya no se trata de eso; de lo que se trata es de la formación de un partido que disputa el poder con una bandera; y se trata de que vosotros, en vista de esa bandera, preferís que ocupe el nuevo partido del poder, a la bandera que tiene el actual Gobierno y la actual mayoría. Esta es la cuestión.

Pero ahora vais a ver lo que es esa bandera. No voy a entrar en el examen de lo que sea el partido que se llama izquierda dinástica, ni de cómo ha surgido allá en playas extranjeras, cuando nadie reclamaba la bandera ni la base de su formación, en los momentos más tranquilos de la política española, cuando ningún partido, cuando ninguna agrupación, cuando ningún hombre político, cuando nadie pensaba en la resurrección de semejante bandera; cuando mucho menos lo exigía ninguna necesidad. Todo eso lo paso por alto; está muy adelantado el tiempo, vosotros estáis muy fatigados, y yo no lo estoy menos.

Se levantó la bandera de la Constitución de 1869, y alrededor de ella se agruparon una parte, no la más importante ni la más numerosa del antiguo partido radical, los disidentes de nuestro partido, y después algunos otros constitucionales que han creído que debían seguir el movimiento iniciado por el Sr. Duque de la Torre. No hablo de la fracción demócrata monárquica, porque es se ha quedado reducida a la importante y solitaria personalidad del Sr. Moret.

Con estos elementos se ha formado lo que se llama la izquierda dinástica.

Razones que se han dado para la formación de ese partido: Primera, que continuaba en el Gobierno la fusión. Segunda, que no cabían los principios del partido constitucional dentro de la Constitución de 1876. Tercera, el deseo de acelerar el movimiento de la democracia hacia la Monarquía. No se han dado ni más ni menos razones.

¡Levantar una bandera por continuar la fusión en el Gobierno, y levantar esa bandera los mismos que contribuyeron a que la fusión se realizara! ¿Qué significa esto? Pero se dice: es que nosotros queríamos una fusión transitoria. ¡Fusión transitoria! ¡Las coaliciones son transitorias, duran más o menos tiempo, como ahora durará poco tiempo, el que necesite para derribar a este Gobierno, la coalición de conservadores y de la izquierda dinástica! Pero las fusiones se hacen con carácter definitivo; así se forman los partidos; así se han formado todos los partidos en España; así se han formado lo partidos en todas las partes del mundo.

¿Qué es esto de fusión? ¿Por qué llamáis fusión al partido gobernante, y no os llamáis fusión a vosotros mismos los conservadores? ¿Acaso se compone el partido conservador de elementos más homogéneos, más afines que los que constituyen los elementos de esta fusión de este partido? ¿La izquierda dinástica se compone de elementos más afines, más inmediatos, más homogéneos que los elementos de esta fusión y de este partido? ¡Ah! Pero se nos dice: es que entonces se quería hacer la fusión porque la fusión podía convenir para ciertos fines, como por ejemplo, para conquistar el poder; pero una vez conquistado, hay que echar a puntapiés a todos aquellos que han venido con nosotros a la fusión. (El Sr. Linares Rivas: Nadie quería eso. -Grandes rumores.)

Pues si nadie quería eso, no se comprende la petición de que la fusión desaparezca; menos aún el que para este fin se levante una bandera. ¡Ah! ¡Eso no, eso no lo conseguiréis de mí jamás! Porque yo no sigo distinta conducta en mis relaciones sociales y en mis relaciones políticas, sino que las mismas reglas de conducta moral que sigo como particular, esas mismas sigo en la vida política. (Aplausos.)

Señores, ¡qué triste coincidencia! Hace algún tiempo que el partido progresista estaba desheredado del poder, en situación difícil, la mayor parte de sus hombres importantes en la emigración, entre ellos yo, [367] aunque no era hombre importante. Al fin y al cabo la unión liberal se desengañó de que por los medios legales no podía conseguir nada, y vino a unirse al partido progresista; y la unión liberal se unió al partido progresista, y con esa fusión se realizó un gran acto político.

Pues bien; ¡coincidencia singular, pero que en el fondo de mi alma hace penetrar una amarguísima tristeza! Conseguido el objeto de aquella fusión, al poco tiempo una parte del partido progresista creyó que el Gobierno no marchaba tan liberalmente como deseaba, se unió al partido radical, y entonces exigieron de mí que rompiera la fusión que el partido progresista había hecho con la unión liberal, cuyo jefe era el Duque de la Torre.

Yo dije que no, que no era leal, que no era digno, y resistí cuanto pude; y el partido progresista se rompió, y yo perdí mi popularidad porque decían que me había hecho reaccionario, porque no quería separarme del Duque de la Torre, que no me había dado motivos para ello. Pues bien; ahora ¡triste coincidencia! El Duque de la Torre se separa de mí, y se dice que yo debo separarme de los centralistas que vinieron a la fusión, y se separa de mí porque me conduzco ahora con la misma honradez, con la misma dignidad, con el mismo decoro, con la misma lealtad con que me conduje en aquella ocasión; y también ahora soy un retrógrado y falto a mis compromisos. (Aplausos.)

No puede, pues, ser causa de haber levantado la Constitución del 69 como bandera, el que la fusión continúe, porque esto es cuestión de honor, y por cumplir uno sus compromisos y por ser uno honrado no se levanta enfrente una bandera.

¿Es porque no caben los principios del partido constitucional en la Constitución de 1876? ¿Y quién dice eso? Los mismos que me precipitaron a aceptar la Constitución del 76, después de convenir en que dentro de ella cabían, por su elasticidad, el desenvolvimiento y el desarrollo de todos los principios del partido constitucional. Luego tampoco puede ser esa la causa de que se haya levantado la bandera de la Constitución del 69, porque todos convenimos en que cabían dentro de la del 76 los principios del partido constitucional.

¿Ha sido por atraer a la Monarquía elementos de la democracia? Pues no he visto cosa más inútil que levantar una bandera con ese objeto. ¿Acaso no se venían ellos sin levantar otra bandera que la de 1876? Sí, se habían separado del campo de las violencias y de las arbitrariedades, se habían separado de los amigos que continúan en ese estéril campo, se habían venido a los linderos de la Monarquía; muchos de ellos los habían traspasado, y el grupo importante que capitaneaba el Sr. Moret, no sólo los había traspasado, sino que había reconocido la legalidad vigente como legalidad suya. ¿Y los demás partidos? ¿Y el Sr. Martos y sus amigos? Estos no habían venido a la Monarquía; pero ¿no es verdad que el gran paso que han dado los amigos del señor Martos por consejo de S. S., lo hubiera dado lo mismo, porque al fin y al cabo, una vez reconocida la forma de gobierno, con un pequeño esfuerzo se conseguía todo lo demás?

Ahora nuestros disidentes nos acusan de poco liberales, como se acusaba de poco liberales en el año 42 a los Argüelles, a los Calatrava, a los Mendizábal. No vamos mal en la buena compañía de esos insignes varones. Pero ya sabéis el resultado que dio el tener a aquellos varones insignes por poco liberales. Entonces los moderados, como ahora los conservadores, les acusaban de marchar despacio, de no hacer las reformas a que se habían comprometido, de no ir al paso acelerado que de ellos se esperaba. Al poco tiempo, es verdad, Espartero y Argüelles y Calatrava y Becerra cayeron; pero aquellos liberales incautos e inocentes fueron a pagar su imprevisión en las cárceles y en los destierros, llevados allá por los moderados que, como a vosotros ahora los conservadores, les alentaban. (Bien, muy bien.)

No se necesitaba la bandera de la Constitución de 1869 para que vinieran a la Monarquía; porque si aseguráis que se necesitaba, hacéis un disfavor grande a los amigos que habían llegado ya como vuestra vanguardia; eran las guerrillas del resto del ejército, y hubieran venido lo mismo que ahora sin el escudo de la Constitución de 1869. Pues si habéis venido porque creéis que es necesario agrupar alrededor de la Monarquía todos los elementos posibles; para salvar a este país de la federal y del carlismo; si habéis venido para eso, ¿qué importa, para fines más altos, que vengáis con la Constitución de 1876, si caben dentro de ella todas las reformas, todos los principios de la escuela democrática, como luego voy a demostrar? Era, pues, excusado que se levantara la bandera de la Constitución de 1869 por esa razón.

¿Por qué causa se ha levantado la bandera de al Constitución de 1869? Se ha levantado, y no os incomodéis, porque estoy dispuesto a decir toda la verdad en bien vuestro, en bien nuestro y en bien de todos, se ha levantado como bandera de oposición al Gobierno actual, como lo demuestra la prisa que os habéis dado a hacer vuestro movimiento, sin entrar antes en discusión con nosotros para ver si había medio de que nos entendiéramos y de que pudiéramos escoger un término medio entre la Constitución de 1869 y la de 1876. Antes de eso os conciliasteis con los conservadores y habíais demostrado que estabais de acuerdo con ellos para derrotarnos de cualquier modo y a todo trance.

Ha habido alguien que ha dicho que no importaba que fuéramos derrotados, aunque nos reemplazara el partido conservador, porque prefería el partido conservador a este Gobierno. Pues si habéis dicho todo eso, y ha sido confirmado por el partido conservador, resulta claro, resulta inconcuso que la causa determinante de levantar como bandera la Constitución de 1869, no es la fusión, no es que no quepan en la Constitución de 1876 los principios del partido constitucional, ni es la necesidad de atraer elementos de la democracia a la Monarquía, sino un medio de atacar al partido constitucional con una bandera de combate. De suerte que con este sistema parece que la izquierda dinástica viene más codiciosa de mando que deseosa de ensanchar por la moderación las simpatías de su causa y conquistar así el triunfo de sus ideales; conducta que a nadie aprovecha, en efecto, más que a los conservadores, que deben llegar en su tiempo al poder, pero no a favor de rencores suicidas de que nos dan tristes ejemplos periodos análogos de su historia.

Claro está que con esta base el partido conservador, o parte del partido conservador, porque entiéndase que cuando hablo del partido conservador es para abreviar, y que no comprendo a todos sus elementos, porque en el partido conservador hay, como en todos, elementos sanos e insanos, y al hablar ahora del partido conservador me refiero al elemento insano del mismo. [368] Ha llevado su despreocupación hasta tal extremo, que cuando después de los múltiples temperamentos que ha tomado la izquierda dinástica desde su aparición en Lourizan hasta ahora, que ha tomado muchos matices, colores y temperamentos; cuando después de todo esto no se sabe definitivamente lo que la izquierda dinástica piensa y quiere; cuando el Sr. Martos todavía queda en sus reservas republicanas, y los amigos del Sr. Moret han vuelto a sus aficiones patrióticas, a la legalidad vigente de la Constitución de 1876; cuando todo es confusión, cuando todo es sombra, cuando todo es duda, cuando todo es vacilación, cuando está contaminado de muerte el Senado vitalicio y de detrimento el Poder Real, todo lo que se le ocurre al partido conservador en su despreocupación, es que se declare muerto el Gobierno actual, y si no se declara muerto, que se le mate aunque sea sin confesión. (Risas.)

El partido conservador, tan amigo ahora de los hombres de la izquierda dinástica, tan cariñoso con ellos, tan seguro de su proceder, yo lo he estado siempre, no así SS. SS. los que constituyen el partido conservador, en lo cual en honor de la verdad no hace más que corresponder a la izquierda dinástica, porque especialmente los individuos que constituyen la izquierda dinástica procedentes del partido constitucional, están con SS. SS. tan amantes, que parece que toda la vida han estado juntos y que no han estado conmigo enfrente y combatiendo al partido conservador, y teniendo yo muchas veces que suavizar la oposición ruda que os hacían, y con razón, y ahora todo aquello por que atacaban al partido conservador se ha olvidado, ahora nos atacan a nosotros porque dicen que somos conservadores.

Pues bien; ¿cómo ha de vacilar el partido conservador en dar su apoyo ni su asentimiento al advenimiento de la Monarquía de los elementos de la democracia? No, en eso todos estamos de acuerdo.

Señores, me veo en la precisión de decir algo de la Constitución de 1869. Yo he defendido esa Constitución como nadie, porque es imposible hacer más de lo que hice cuando esa Constitución esta muerta, para ver si la resucitaba y servía de base a la de la Restauración.

Cuando vi que con la restauración desaparecía todo el edificio revolucionario de septiembre, cuando vi que no quedaba nada más que la Constitución de 1869 mutilada y contrahecha por los radicales y por los republicanos, es verdad, pero al fin aun quedaba la Constitución porque no había habido otra que legalmente la sustituyera; cuando se reunieron las primeras Cortes de la restauración, yo que quería que por lo menos quedase un punto de alianza entre la restauración y la revolución, yo que creía que era muy peligroso para España y para las instituciones que quedara rota en absoluto toda solución de continuidad, entonces, muerta la Constitución, hice los esfuerzos que es necesario hacer para resucitar a un muerto, y dije que era la Constitución mejor del globo.

Yo que hice esto con la Constitución de 1869 muerta, en cambio cuando se hacía, viendo el espíritu que dominaba al elaborarla, siendo Ministro de la Gobernación, y he sido siempre Ministro de mucha iniciativa, y más cuando lo he sido de Gobernación, ni un sólo día fui a discutir con la Comisión de Constitución, ni un día desplegué mis labios para defender aquella Constitución; yo me resigné porque vi que en ella se sacaba entonces todo el partido que los monárquicos podíamos obtener, que era, salvar siquiera el principio monárquico; pero se salvaba de tal manera, que sería preciso luego emplear algún recurso, que era el siguiente: una vez que la Monarquía se estableciera, afirmar la base de la Monarquía por aquella Constitución inseguramente establecida. ¿Y por qué no lo hemos de decir?

Enfrente de mí tengo a mi particular amigo el Sr. Castelar; los republicanos de entonces, después de sacar la armazón que sacaron, porque en la lucha que había entonces entre republicanos y monárquicos cada cual quería sacar mayor ventaja; los monárquicos estuvimos a punto de romper varias veces con los republicanos, lo cual hubiera sido una pena terrible, porque hubieran sobrevenido antes los desastres que vinieron después, y esto era lo que queríamos evitar; en esa lucha, digo, cada cual se contentó con sacar lo que pudo; los monárquicos nos contentamos con salvar el principio monárquico, y los republicanos se contentaron con sacar la armazón republicana; y, cosa singular, esos tres artículos que ya se van haciendo célebres por las veces que se han citado, eran la esperanza de los republicanos y al mismo tiempo la esperanza de los monárquicos, y unos y otros los defendíamos a capa y espada. ¿Y por qué? La razón es clara.

Decíamos los monárquicos: triunfante la Monarquía, ha de triunfar (porque cada partido cree que ha de triunfar su idea y no la del contrario), en las primeras Cortes pedimos la reforma de la Constitución, y dentro de ella, sin periodos constituyentes precedidos de perturbaciones y convulsiones como hasta entonces habían sido los periodos constituyentes, pedimos la modificación; vienen las Cortes siguientes, modifican la Constitución y ha hacemos verdaderamente monárquica: una de las reformas de la Constitución será la supresión de esos artículos.

Pero decían los republicanos: como la República ha de triunfar, esos artículos nos sirven a nosotros para las primeras Cortes en que las corrientes vayan en ese sentido, proponer la reforma de la Constitución, y por esos artículos las Cortes siguientes anulan el art. 33, y ponen en vez de la Monarquía la República. De manera que los republicanos y los monárquicos los considerábamos como una transacción, como algo provisional, y cada uno en el deseo de que triunfara su ideal, República o Monarquía, tenía in pectore la reforma de la Constitución por medio de esos tres artículos, para traer la República los republicanos, para afianzar la Monarquía los monárquicos.

Pues bien; ahora pregunto yo: si los monárquicos aceptamos eso como una salvación para la Monarquía, porque esos tres artículos nos daban el medio de afirmar la Monarquía, y la Monarquía está afirmada, ¿por qué nosotros hemos de admitir una Constitución que no puede ser una esperanza más que para la República? Yo no sólo no he sido nunca, aunque me he sometido siempre a las prescripciones de mi partido, partidario de la Constitución de 1869, sino que la he encontrado defectos que también dije siempre entre mis amigos, y la primera vez que ocupé el poder, en la primera ocasión que tuve propuse la reforma en este punto y en el relativo a los derechos individuales, porque los derechos individuales, que yo sostengo como el que más (El Sr. Becerra pide la palabra.), no se pueden sostener en la forma en que están establecidos en la Constitución de 1869, particularmente en lo relativo a la seguridad individual y a la inviolabilidad del domicilio. [369]

Se pueden desenvolver todos esos principios, se puede buscar el respeto a la inviolabilidad del domicilio; pero no se puede consignar con el casuismo con que aquellos principios están consignados allí, y que más de una vez son, por el casuismo con que están establecidos, escudo de criminales.

La Constitución de 1869, de esta manera establecida, tiene para el Rey otros inconvenientes: primero, el de que le impone el deber de reunir las Cortes en un periodo dado; segundo, el de que no le permite suspender las sesiones más que una vez; tercero, el de que le obliga a tenerlas reunidas cuatro meses por lo menos; cuarto, el de que precisamente han de votarse los presupuestos todos los años, porque con aquella Constitución no sucede lo que ahora, que si por cualquier circunstancia no se pueden votar los presupuestos, rigen los del año anterior, con tal de que hayan sido aprobados por las Cortes.

De todas estas cortapisas podían resultar en un día compromisos graves como aquellos en que se vio el Rey D. Amadeo en una ocasión en que la mayoría estaba dividida casi por mitad, y los carlistas, que por otra parte se hallaban en armas en los campos, decidían de todos los acuerdos en aquellas Cortes, y sin embargo el Rey no podía disolverlas porque faltaban treinta y siete días para cumplir los cuatro meses que habían de estar abiertas. Si rigiendo aquella Constitución había unas Cortes que decidían cambiar el Código fundamental, el Rey no podía impedirlo, porque proponían la reforma, tenía que disolverlas para reunir otras con carácter constituyente, y tampoco éstas podía disolverlas.

Pero dicen los conservadores: es que si la izquierda dinástica nos da la Constitución de 1869 sancionada por el Rey, acataremos la Constitución por el Rey sancionada. Pero, Sr. Cánovas del Castillo, ¡si por la Constitución de 1869 no sanciona el Rey la reforma! (El señor Cánovas del Castillo: No la aceptaré.) ¡Si el Rey no tiene la sanción! Ya veis, señores de la izquierda, cómo se os hacen tales ofrecimientos, porque se sabe que no ha de llegar el caso de cumplirlos. Ya lo veis; el señor Cánovas os hace ofrecimientos que sabe que no ha de tener necesidad de cumplir. (El Sr. Cánovas del Castillo: Ninguno.)

¿Pero no dice S. S. que si el Rey la sanciona, la acepta? ¿Pues no sabe S. S. que no la puede sancionar? (El Sr. Cánovas del Castillo: ¿Y por qué no?) Porque no tiene la sanción en la Constitución de 1869. (El señor Cánovas del Castillo: Dicen que sí los de la izquierda. -Rumores.)

No, señores; el Rey no tiene la sanción: aun cuando variara el espíritu de la Constitución de 1869 (que sus partidarios, cuando han tenido por conveniente, le han variado, y cuando estaba vigente y vieron que no se podía gobernar, tuvieron que faltar a ella por medio de circulares, porque así lo exigían las necesidades públicas, que son antes que la letra de la Constitución cuando la Constitución no está dentro de esas necesidades), aun cuando variara el espíritu de esa Constitución, dando al Rey la sanción de la reforma, ¿qué importa la sanción, tratándose de Cortes que tienen carácter de Constituyentes y que el Rey no puede disolver?

¿No comprendéis que la sanción, habiendo Cortes Constituyentes que el Rey no puede disolver, no es más que la base de conflictos entre los dos Poderes, conflictos que no pueden resolverse más que con la caída del Rey o con la disolución de las Cortes a cañonazos? ¿Qué va a hacer el Rey si las Cortes le presentan las reformas y no las quiere sancionar? No darán por terminadas sus tareas, y continuarán proponiendo la misma reforma, o haciendo insignificantes alteraciones para volverla a presentar a la sanción; y si el Rey se opone, vendrá un conflicto entre la Corona y las Cortes, un conflicto entre el Trono y el pueblo. ¿Es así como se regenera el país? ¿Es así como se fortifica la Constitución? ¿Es apoyando esas temeridades como el partido conservador sostiene sus principios de siempre?

Pero, señores, todos podemos decir aquí ciertas cosas, menos el Sr. Cánovas del Castillo. Para ponerse de acuerdo con la izquierda dinástica a fin de derribar a este Gobierno, que unas veces le parece muy liberal, otras muy conservador, y ya como no sabe qué decir, dice que no le parece nada, el Sr. Cánovas del Castillo apoya mucho esa tendencia de la izquierda dinástica a traer la Constitución de 1869. (Sr. Cánovas del Castillo pide la palabra.)

Pues S. S. hará lo que quiera, pero su partido no puede hacer eso; su partido puede tal vez admitir inteligencias liberales, pero no democráticas. ¿Y sabe su señoría por qué? Por las palabras de S. S., porque S. S. lo tiene dicho.

En 13 de julio de 1879 decía el Sr. Cánovas del Castillo contestado al Sr. Castelar:

"En el día, las verdaderas democracias son los partidos gubernamentales, porque la democracia como sistema político ya no existe; de tal modo que si triunfara lo que continúa llamándose democracia, triunfarían ipso facto la República y el socialismo. " (El Sr. Cánovas del Castillo: Y ahora lo repito.)

Pues entonces, democracia dinástica, ya sabes la suerte que te espera según el Sr. Cánovas del Castillo: no puedes traer más que la República y el socialismo.

Y ahora digo al Sr. Cánovas del Castillo: ¿cómo apoya S. S. ese movimiento que sólo viene a traer la República y el socialismo? ¡Sólo por derribar a este Gobierno; por cosa tan pequeña, el Sr. Cánovas del Castillo pone en peligro cosas tan grandes!

Pues bien, Sr. Cánovas del Castillo; pues bien, señores conservadores; habéis descubierto el flaco; vuestra manía es que no continuemos nosotros en el poder, y para derribarnos hacéis lo imposible: pero eso que hacéis, ese apoyo que dais a la bandera de 1869, ese apoyo que dais a la democracia en el gobierno, a pesar de todos los peligros que S. S. hizo presentes a su partido contestado al Sr. Castelar, eso viene completamente a rectificar todo cuanto habéis dicho contra nosotros: "sois conservadores, no hacéis nada, " y resulta que para combatirnos tenéis que apelar al medio de apoyar a la democracia; es decir, que yo puedo contestar al Sr. Cánovas: "ya lo ves, yo soy el más liberal dentro de la Monarquía; yo soy quien mejor cumple los compromisos de liberalismo dinástico; porque para combatirme, ya que no puedes hacerlo de frente, tienen que ir a buscar defensores en otras agrupaciones políticas que traigan la República y el socialismo. "

¿Es que yo, Sres. Diputados, creo como el Sr. Cánovas que la democracia es incompatible con la Monarquía? No, nada de eso: y aquí os ruego que me escuchéis con atención.

La democracia, como decía el Sr. Martos, de contrario parecer que el Sr. Castelar, la democracia es compatible con la Monarquía, y los demócratas pueden desenvolver todos sus principios conciliándolos con el [370] Poder Real. En otros países que yo no cito porque ya se han citado muchas veces en éste y en el otro Cuerpo Colegislador, están los demócratas en el poder, y yo no tengo noticia de que se quejen de que la Monarquía sea un obstáculo a la realización de sus ideales. Lo que hay es, y no lo queréis confesar, lo que hay es, que en aquellos países como en éste, que allí como aquí, ni los demócratas son tantos en número, ni tienen tantas raíces en la historia, que puedan constituir solos gobierno dentro de la Monarquía sin peligro para el Monarca.

Esto es lo que hay, esto es lo que ha habido; con el tiempo, andando el tiempo, cuando la democracia vaya creyendo firmemente en la Monarquía; cuando no crea, por ejemplo, en España que la Monarquía de Don Alfonso necesita para ser mejor confirmarla con las aguas de la soberanía nacional; cuando crea que la Monarquía es un poder que tiene por sí vida propia; cuando crea todo eso, la democracia podrá sola formar gobierno; pero entre tanto, créanme los demócratas, no se molesten, les digo la verdad, por ellos, por nosotros, por la libertad, por las instituciones, por el bien del país, limítense, como sucede en otros países, a ser auxiliares de los partidos liberales, a ayudar a los partidos liberales en la gobernación del Estado, a gobernar con ellos, a tener participación en el poder y en los altos puestos del Estado: y todo esto es doctrinal y prácticamente posible, y por consiguiente es cierto, como lo vemos en otras partes. En otras partes vemos, y aquí mismo se puede ver, que con la Monarquía coexiste la libertad de imprenta, el derecho de reunión, el derecho de asociación, la seguridad individual, la inviolabilidad del domicilio, la libertad de enseñanza, una gran extensión en el sufragio, que son todos los principios de la democracia.

Pues bien; todos esos principios, no lo dudéis, son compatibles con la Constitución de 1876: examinadla sin pasión; mirad que yo no os la recomiendo como la mejor, ni siquiera como buena; no la he hecho, no la tengo cariño como si fuera obra mía, la tengo cariño como legalidad vigente, como legalidad común a todos los partidos dentro de la Monarquía española; la defiendo porque es necesario que variéis de sistema; llevamos setenta años de periodos constituyentes, y entre Cartas, Constituciones y Actas adicionales, resulta que tenemos más de 18 a 20, y todavía no hemos encontrado en este país la normalidad que es tan necesaria para la prosperidad moral y material del pueblo español. Pues ya que tenemos una Constitución que está rigiendo hace seis años en el país, y existe en él una paz y una tranquilidad que hace tiempo eran desconocidas, ¿por qué queréis someter a la Nación al ensayo de otro Código fundamental, estando, como estamos, en tiempos de normalidad, que por el sistema contrario no hemos conseguido jamás?

Pues este patriotismo que nosotros hemos tenido, ¿por qué no le tenéis vosotros? Ahora bien; como todos esos principios caben dentro de la Constitución de 1876 interpretada en el sentido más liberal, por medio de leyes orgánicas podéis desenvolver todos vuestros principios, que es a lo que debe aspirar el partido de la izquierda dinástica. ¿Es que encuentra alguna contradicción en la opinión pública, demuestra la conveniencia de hacer alguna modificación o corrección en la ley fundamental? Pues cuando el país esté convencido de ella, con la venia del Monarca se puede proponer y hacer esa modificación.

A esto no se opone nadie; y cuenta con que esto no lo consideran indispensable los liberales de otros países, porque en Italia hay una Carta otorgada que establece la unidad católica, y a pesar de eso hay libertad religiosa; pero, en fin, puesto que vosotros queréis ser más radicales que los radicales italianos y los de otras partes, no nos oponemos a ello: sed razonables, y no os empeñéis en querer restablecer la Constitución de 1869, puesto que todos vuestros principios caben en la de 1876. Venid, pues, a nosotros; haced el sacrificio completo, y ya que venís a la Monarquía, no le pongáis dificultades.

Y aquí tiene también el partido conservador la interpretación que da el partido constitucional a la Constitución de 1876. Esta Constitución es permanente, como pueden y deben ser permanentes las Constituciones, sin que esto quiera decir que no pueda algún día modificarse; pero conviene evitar con todo cuidado las modificaciones, y cuando se hagan, hacerlas con mucha precaución y tomando grandes medidas.

Estáis muy cansados, Sres. Diputados, y yo lo estoy también. Os voy a dar un consejo: si lo queréis aceptar, bien; si no, malo será para todos, pero creo que será peor para vosotros.

No os canséis, no os hagáis ilusiones; la izquierda es una agrupación que tiene fuerzas, ¿cómo desconocerlo? Pero que no tiene porvenir como partido, si insiste en la bandera de 1869; no se hagan ilusiones, es inútil; tendrá la misma suerte que el partido moderado con su Constitución de 45, y como todo partido que exija, para venir al poder, una Constitución distinta de la actual. No hay derecho en ningún partido para imponerse a la Monarquía y hacerle ciertas exigencias. Las Monarquías, como los Parlamentos, tienen sus prerrogativas, de las cuales no deben desprenderse.

Hay una Monarquía, y cualesquiera que sean las opiniones particulares del Monarca, éste tiene en su mano las facultades, las prerrogativas y los atributos de la Monarquía, y cualquiera que sea su opinión, repito, no las dejarán caer de sus manos, a las cuales han sido confiadas.

¿Traéis la Constitución de 1869? Pues viviréis en campo estéril como el partido moderado con su Constitución de 1845; y viviréis así porque tenéis una Constitución que atiende poco a la Monarquía. El Rey Leopoldo de Bélgica, cuando la Comisión de Diputados fue a ofrecerle la Corona, dijo: " ¡Ah! ¡Cómo se conoce que no estaba allí la Monarquía para defenderse! "

Vosotros porque tenéis la exigencia de una Constitución en la cual se desatiende la Monarquía, y el partido moderado porque tiene una Constitución en la cual se desatiende a la libertad, los unos y los otros viviréis en la esterilidad. Pero es que no queréis eso; no queréis para llegar a esa mala situación continuar con la Constitución de 1869, y aceptáis sólo lo esencial de la Constitución de 1869. Entonces, todo queda reducido a una promesa de reforma constitucional, partiendo de la base del Código vigente. Si desecháis en absoluto todo periodo constituyente; si reconocéis implícita o explícitamente que la Monarquía de Don Alfonso XII es un poder que no necesita de nueva sanción de la soberanía nacional, que ya la ha sancionado, entonces va a resultar que no vais a tener campo en que moveros al llegar al poder; porque podréis proponer todas las reformas que queráis, votar todas las le- [371] yes que os cuadre; pero yo tengo la seguridad de que no habéis de ir más allá que nosotros, ni en la libertad de imprenta, ni en el derecho de reunión ni de asociación; y en cuanto a la legislación electoral, al derecho electoral, os encontráis con una legislación que raya ya en el sufragio universal, y no creo yo que sólo por buscar diferencias entre vosotros y nosotros, vayáis a traer el sufragio universal como procedimiento permanente, un sufragio que no existe en ninguna Monarquía parlamentaria de Europa.

No os queda en vuestro campo más que la cuestión religiosa; la cuestión religiosa llevada a la escuela, llevada a la enseñanza y a la familia, y en relación con la Iglesia; y para esto, ¡con qué cuidado hay que hacerlo, y con cuánta meditación! Porque no tengo más que recordaros una cosa: esta cuestión ha sido siempre campo de espinas y abrojos para la libertad y el orden, y campo de flores y frutos sazonados para el carlismo y la anarquía.

Pues bien; señores compañeros, amigos míos de la izquierda dinástica, no os hagáis ilusiones: o tenéis que vivir en un campo estéril con vuestra Constitución, o de hacer transacciones, no tenéis campo en que moveros; seréis una agrupación que no ha de producir nunca más que perturbaciones en la política; pero sin fuerza, sin prestigio, sin medios, sin espacio más que para hacer el mal; y no se está bien donde sólo se puede hacer mal.

Venid, pues, a nuestro lado, podéis ayudarnos; si os parece que no vamos todavía bastante de prisa, excitadnos; enfrente de nuestros proyectos de ley presentad otros proyectos, presentad enmiendas, todo lo que queráis, pero discutid. Así nos podremos encontrar, y así podréis constituir nuestra vanguardia, y así podréis dejar de ser una perturbación en la política y un instrumento inocente y terrible para el partido conservador, que, ya lo habéis visto y oído, ante todo y sobre todo, lo que desea es echar del poder al partido liberal. Os ofrecen su apoyo para establecer la Constitución de 1869: como que saben que la Corona no sanciona la reforma, por eso os hacen ese ofrecimiento.

Ahora, dicen, os ayudamos más que a este Gobierno. ¿Sabéis por qué? Porque de esta manera os halagan y les ayudáis a derribarnos. ¿Y sabéis por qué? Porque creen que no podéis llegar al poder, y si llegarais, pasaríais por él como un meteoro, pero como un meteoro que produciría fuego. Los conservadores, olvidándose de sus principios de escuela, atizan ese fuego, prescindiendo de los peligros del porvenir, sin tener en cuenta que después de producido, tal vez ni ellos ni nosotros, ni todos juntos podríamos apagarle, porque seríamos impotentes para ello. He dicho. (Grandes aplausos.) [372]



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